Como decía en un post anterior, hasta no hace mucho existía un consenso generalizado en el país. La gran mayoría de la sociedad y de la dirigencia por lo menos decía compartir una serie de cuestiones centrales. Sabíamos cuales eran las soluciones a los problemas y considerábamos que los problemas eran perfectamente solucionables dentro del sistema que habíamos elegido.
Básicamente por fin había quedado claro que no hay desarrollo sin crecimiento económico sostenido y que el crecimiento sólo es posible con inversiones. En el caso de Argentina, el grueso de las inversiones proviene del extranjero, de ciudadanos de otros países y fondos argentinos en el exterior. Sabíamos que poner trabas a este proceso de llegada de capitales equivalía a un suicidio.
A partir del golpe de diciembre de 2001, todo esto cambió. Los grandes tabúes del pasado pasaron a ser cuestiones menores, desaparecieron nuestras inhibiciones. Teníamos carta blanca para meterle para adelante. De golpe, comprendimos que, lejos de ser un suicidio, devaluar y no pagar nuestras deudas era la Gran Solución. Como por arte de magia, nuestros problemas desaparecieron. Carlos Rodríguez lo comparaba con la apertura de la caja de Pandora. Toda la cloaca de irracionalidad contenida durante diez años saltó de golpe. Como no podía ser de otra manera, quedamos cubiertos de mierda.
Nadie puede sorprenderse de las consecuencias. Varios analistas lo adelantaron en detalle a pocas semanas del default y la devaluación y pasificación, entre ellos Roberto Cachanosky. No se trata de poderes extrasensoriales o una extraordinaria capacidad de análisis, sólo basta tener un mínimo de memoria. Cada vez que se aplicaron, estos esquemas siempre terminaron igual, en Argentina y en el mundo. Creer que esta vez sale bien es un aspecto más del enorme realismo mágico con que mucha gente encara la realidad en los países pobres como el nuestro.
Paradójicamente, si todo esto todavía se sostiene en esta nueva reedición, es gracias a las enormes inversiones de los 90 que permiten seguir produciendo y aprovechar la bonanza de excelentes precios internacionales para mantener el superávit que permite el festival del aumento del gasto.
Antes sinceramente pensaba que algún día íbamos a aprender. Que sólo era cuestión de tiempo, que a la larga y de tanto darnos contra la pared, nos iba a entrar en la cabeza. Con mucho dolor debo decir que ya perdí las esperanzas. Es más fuerte que nosotros, nos gusta vivir así.
Clap, Clap, Clap.
ReplyDeleteBueno, al menos tenemos un rumbo fijo... adonde nos lleve el viento.