No se pierdan la columna de Mario Vargas Llosa de La Nación de hoy sobre lo que diferencia a Chile de los otros países de la región. En definitiva, lo que diferencia a un país subdesarrollado de uno que ha dejado de serlo.
Es lo que vengo repitiendo como disco rayado. Debemos llegar al punto en que sea indiferente qué candidato o qué partido gane las elecciones. Para alcanzar ese grado de madurez en el sistema político y las instituciones, es necesario un acuerdo mínimo en cuatro y cinco cuestiones elementales:
Quienes, como yo, han seguido de cerca las elecciones chilenas, en las que Michelle Bachelet, la candidata de centroizquierda, se impuso al candidato de centroderecha Sebastián Piñera, deben de haber experimentado, además de cierta envidia, una considerable sorpresa. ¿Era aquello Chile, un país latinoamericano? La verdad es que esa competencia electoral parecía una de aquellas aburridas justas cívicas en que los suizos o los suecos cambian o confirman cada cierto número de años a sus gobiernos, mucho más que una elección tercermundista, en la que un país se juega en las ánforas el modelo político, la organización social, y, a menudo, hasta la simple supervivencia.
Lo prototípico de una elección tercermundista es que en ella todo parece estar en cuestión y volver a foja cero, desde la naturaleza misma de las instituciones hasta la política económica y las relaciones entre el poder y la sociedad. Todo puede revertirse de acuerdo al resultado electoral y, en consecuencia, el país retroceder de golpe, perdiendo de la noche a la mañana todo lo ganado a lo largo de años o seguir perseverando infinitamente en el error. Por eso, lo característico del subdesarrollo es vivir saltando, más hacia atrás que hacia adelante, o en el mismo sitio, sin avanzar.
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