Editorial de La Nación de hoy. Las negritas son mías.
Me produce una enorme frustración seguir perdiendo el tiempo con estos temas, que deberían haber quedado superados hace años, en lugar de dedicar nuestras energías a solucionar alguno de los gravísimos problemas del país. Pero bueno, así son las cosas en Argentina.
Debo admitir que me sorprende muy gratamente que por lo menos en algún medio argentino se pueda encontrar algo de racionalidad, moderación y sentido común. ¿Nos estaremos dando cuenta de que la mierda es mierda por más que te la vendan en frasco de dulce de leche?:
Memoria y pacificación
El desafiante mensaje emitido anteayer por el presidente Néstor Kirchner a quienes lo escuchaban en el acto central del Día del Ejército fue innecesario y contraproducente. Probablemente mal asesorado, el primer mandatario parece creer que, día tras día, necesita reafirmar su autoridad ante las Fuerzas Armadas con gestos no exentos de agresividad. No advierte que, de esta manera, sólo despierta un gratuito resentimiento entre oficiales comprometidos con las instituciones de la República, al tiempo que siembra desconcierto y dudas en la sociedad acerca del grado de ese compromiso democrático de los uniformados.
Expresar ante la formación castrense reunida en el Colegio Militar, durante los festejos por el Día del Ejército, "No tengo miedo, ni les tengo miedo", sólo puede dejarle la sensación a cualquier observador objetivo de que se está ante un grupo de sediciosos.
Nada resulta más alejado de la realidad. Al margen de muy aisladas reivindicaciones de un terrorismo de Estado que, en rigor, se inició durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón y se profundizó con el régimen militar de 1976, debería destacarse que las Fuerzas Armadas han sido el sector que más avanzó en los últimos años en la autocrítica tan imprescindible frente a nuestro trágico pasado. Autocrítica que ni la clase política ni otros sectores de la sociedad -incluida la prensa- han hecho con la misma valentía. Y qué decir de quienes, habiendo integrado organizaciones guerrilleras que sembraron el terror, hoy todavía se jactan de haber diseminado el odio y la muerte.
El 1º de junio de 1970 un grupo de terroristas, que dos días antes había emergido al conocimiento público asumiendo con el nombre de Montoneros la responsabilidad del secuestro del general Pedro Eugenio Aramburu, hacía conocer su "ejecución".
A un día de cumplirse 36 años de aquel suceso, debemos lamentarnos de que los odios, errores y desvíos morales que motivaron a quienes cometieron aquel asesinato interfieran nuevamente en la búsqueda de nuestra convivencia social.
Con el pretexto de la memoria y la justicia, se han resucitado divisiones y se están exacerbando pasiones desde las más altas esferas del Gobierno, haciendo esa memoria parcial y convirtiendo la justicia en venganza. Se han anulado las leyes de obediencia debida y punto final y sus efectos, con carácter retroactivo, pero se exime a los crímenes del terrorismo de las organizaciones guerrilleras de la calificación de delitos de lesa humanidad. Y no se les reconoce oficialmente a las víctimas de la subversión siquiera la posibilidad del homenaje. Miembros de organizaciones subversivas gozan de la libertad lograda por indultos y amnistías, ocupan en ciertos casos cargos públicos y, además, se constituyen en jueces y censores.
Se han desandado los avances logrados en anteriores gobiernos democráticos y se está transitando un camino opuesto al que recorren los países que han sabido superar los errores trágicos de su historia.
Se torna imprescindible volver a transitar por el camino de la reconciliación nacional. Es de esperar que el recuerdo del asesinato de Aramburu sirva para recapacitar sobre el carácter siempre perverso de toda violencia. Y que también contribuya a una visión más equilibrada de la escalada terrorista de uno y otro sector, que sucedió a aquel asesinato. Este equilibrio exige que se reconozcan las culpas de ambos lados. Sólo así se podrá transformar el odio en la búsqueda del amor y de la paz que nuestro país tanto necesita.
El discurso fue un insulto a gente que de golpista ya no tiene nada,
ReplyDeleteMás que pacificación, hubo pecificación.
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