Como era previsible, durante el segundo periodo presidencial de George W. Bush los EEUU han vuelto a la política de apaciguamiento de los regimenes que buscan el desarrollo de armas de destrucción masiva. Ya lo hemos visto con Corea del Norte y seguramente lo veremos con Irán también.
En parte es comprensible, la opinión pública de las sociedades libres y democráticas no es demasiado tolerante con las guerras. Y lo es menos aún si no considera que su propia existencia está en riesgo cierto.
Personalmente tengo mis serias dudas sobre el nuevo acuerdo con Corea del Norte y me temo que en muy poco tiempo volveremos a foja cero, tratando otra vez de sobornar a Disco Kim y sus secuaces.
Me pregunto si honestamente alguien cree que sentarse a negociar con los mullahs de Irán puede producir algún resultado positivo. Yo comparto la postura de los que sostienen que es necesario agotar todas las instancias pacíficas para evitar que ese país se haga de armas nucleares, ofreciéndoles ventajas comerciales y diplomáticas, pero la pregunta que verdaderamente debemos plantearnos es qué hacemos si las vías pacíficas no funcionan e Irán sigue firme con su plan nuclear. Exactamente la misma pregunta vale para el caso de Corea del Norte.
Para bien o para mal, ahora tendremos la oportunidad de comprobar empíricamente si el apaciguamiento a la Clinton o Carter proporciona mejores resultados que la amenaza del uso de la fuerza. Aquello de que la gente actúa racionalmente de acuerdo a los incentivos suele ser más válido si se trata de actores racionales.
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