Fernando Laborda habla de un “Kirchner desbordado” en La Nación de hoy y se pregunta más o menos lo mismo que me vengo preguntando yo: por qué pasa todo esto justo ahora. Si este gobierno, gracias a la caja, ha podido zafar hasta ahora de situaciones potencialmente más explosivas políticamente, qué cambió ahora en el contexto político del país para que se hayan quedado sin reflejos y no poder arreglar ni siquiera repartiendo plata a troche y moche.
No deja de sorprenderme la cantidad de analistas y supuestos expertos que aún siguen repitiendo que lo de Kirchner es un fenómeno político nuevo o digno de mención en la Argentina reciente. Están convencidos de que, para bien o para mal, se trata de algo especial. Aparentemente poco a poco nos vamos dando cuenta de que en realidad es lo mismo de siempre. Se trata de la vuelta a los mismos vicios de las peores épocas de nuestra historia.
Una manga de improvisados, trasnochados, que de golpe se encontraron con el poder y una caja formidable para comprar voluntades y votos, como muy pocas veces se vio en nuestra historia reciente, producto de las inversiones de la década anterior y de las circunstancias internacionales.
En realidad, a medida que se vaya diluyendo la nube de gas intestinal en la que muchos argentinos insisten en pasar sus días, nos daremos cuenta de que hay muy poco para analizar y para entender.
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