Sigue el festival de los subsidios, como comentaba hace unas semanas, ya estamos cerca de los 1600 millones de dólares anuales sólo para evitar que aumenten precios y tarifas. Ni hablar del brutal proceso de desinversión. Los servicios literalmente se caen a pedazos.
Tal vez lo más gracioso sea ver que seguimos sin entender cómo funcionan estos esquemas. Aparentemente en La Nación están convencidos de que la repartija tiene como objetivo "la lucha contra la inflación" cuando en realidad se trata de esconder sus efectos debajo de la alfombra.
Me imagino que por lo menos algunos de los actuales funcionarios tendrán algo de memoria y serán concientes de lo que nos va a costar salir de este esquema. Después de todo, la década del 80 no fue hace tanto tiempo. Una vez que se ingresa en esta dinámica la salida es muy complicada y costosa.
¿Qué vamos a hacer cuando se termine la plata?
Aldo Abram explica bien clarito lo que debería caer de maduro, sobre todo teniendo en cuenta nuestro muy triste historial en la materia:
Los subsidios, a diferencia de las tarifas, para los receptores implican una gran incertidumbre por sus ingresos futuros; se pueden discontinuar. Por lo tanto, el incentivo pasa a ser maximizar sus ganancias, a costa de no mantener el capital invertido. Es lógico que las prestaciones no mejoren. Podría decirse, "vagón que se rompe, vagón que para".
¿Cómo se evita que el caos del transporte crezca? Una posibilidad es aumentar los subsidios y forzar una mayor inversión o directamente estatizar los medios de transporte.
El camino correcto es subir las tarifas para que sean las empresas, ahora incentivadas por la mejora de sus ingresos, las que inviertan en forma más eficiente y con menores costos para los contribuyentes. Sin embargo, los que quemaron la estación Constitución se quejaban porque los servicios no son los de un país desarrollado; pero quieren seguir pagando las actuales tarifas africanas.
la del mono?
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