May 21, 2007

Virtuosos

Insisto, En la Argentina suele estar todo fantástico hasta que deja de estarlo. Y estos cambios de humor se suelen dar en cuestión de semanas y hasta días. No entiendo bien qué es lo que cambió de golpe en el país o si se trata simplemente del efecto acumulativo de disparate tras disparate. Pero aparentemente se están acelerando las cosas.

Como comentaba hace unos días, se empiezan a conocer detalles de la corrupción galopante del modelito neopopulista de la felicidad. Ver, por ejemplo, esto y esto en lo de Rubén. Por algún motivo hay mucha gente sorprendida, entre legos y entendidos.

Perdón que insista, pero me pregunto honestamente si somos o nos hacemos.

¿Podemos realmente sorprendernos por estas cosas? Creo que no digo nada nuevo cuando vuelvo a repetir lo que ya dije varias veces por acá. El nivel de corrupción es directamente proporcional al grado de discrecionalidad de los funcionarios. Cuanto mayor es el apego a normas legales generales y parejas para todo el mundo, menor el grado de discrecionalidad. Cuando la discrecionalidad alcanza los niveles de la Argentina post golpe de fines de 2001, cuando no quedó en pie ni un solo contrato, las oportunidades de corrupción se multiplican exponencialmente.

En un país donde un funcionario controla absolutamente todo, desde el tipo de cambio hasta el precio de la tirita de Geniol, pasando por lo que se puede producir y exportar, creo que no hay que ser un experto internacional en política pública para saber cómo termina la historieta.

Somos una sociedad muy especial. Durante los 90, la década maldita, nos horrorizábamos por las supuestas sospechas de corrupción en las licitaciones internacionales organizadas por la administración Menem para la concesión de las empresas de servicios públicos. Cuando después del golpe de fines de 2001 el gobierno de Duhalde y posteriormente el de Kirchner reemplazaron las licitaciones por adjudicaciones directas de obras a empresarios amigos del presidente, nadie dijo una palabra. Aparentemente consideramos que las adjudicaciones directas son más transparentes que las licitaciones internacionales, siempre y cuando el presidente de turno nos resulte más potable ideológicamente.

Parecemos chicos de jardín de infantes.

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