"...inequality is only a problem if it reflects stagnant opportunity and a society stratified by more or less permanent income differences. That kind of society can breed class resentments and unrest. America isn't remotely such a society, thanks in large part to the incentives that exist for risk-taking and wealth creation."
"The great irony is that, in the name of reducing inequality, some of our politicians want to raise taxes and other government obstacles to the kind of risk-taking and hard work that allow Americans to climb the income ladder so rapidly. As the Treasury data show, we shouldn't worry about inequality. We should worry about the people who use inequality as a political club to promote policies that reduce opportunity."
El párrafo arriba citado, extraído del artículo al que se refiere el post anterior, me hizo acordar a mis charlas de café en la facultad de derecho en Tucumán, cuando muchos de mis compañeros -futuros legisladores, jueces y altos funcionarios del gobierno de turno- se irritaban con la llegada de McDonalds a Tukson, TK 4000. Les molestaba el arribo de una compañía “trístemente célebre por la forma en la que explotan a los empleados”. Mientras tanto, lo único que explotaba ese día, era la calle 25 de Mayo, donde hacían cola miles de tucumanos (aquellos a quienes sus padres no pueden bancar para que vayan a discutir al café de la facultad) para cubrir uno de los 20 puestos de trabajo que ofrecía la casa de cómida rápida. Yo discutía a viva voz, tratando de probar lo errado e ilógico de la posición que profesaba la mayoría de los presentes.
Hoy, diez años después de aquel acontecimiento, leo que abre un Carrefour en Tucumán. Diez mil personas, 60% de ellos universitarios, se presentan con la aspiración de ser uno de los 200 elegidos para cubrir los puestos (la mayoría, cajeros) que ofrece la empresa francesa. Carrefour llega luego de tramitar un millón quinientos mil pasos para cumplir con todos los reglamentos, decretos y leyes que rigen en un lugar que desesperadamente necesita fuentes de trabajo. Y me doy cuenta que estaba yo equivocado. Si bien era errada la posición de los muchachos, de ilógica no tenía nada. Ahora son ellos los legisladores, jueces y funcionarios que muerden de lo lindo con estas trabas a las fuentes de trabajo.
No han cambiado mucho las cosas en Tukson.
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