Después de leer a Carlos Mira, que explica el fenómeno de la “nueva argentina”, me quedan más claros comentarios como este:
Las patentes “G” se multiplican. Los modelos de automóviles también. Platales de cuatro ruedas cubren el espacio de la Argentina en un muestrario de los diseños internacionales.
Si bien algo apaciguado en los últimos meses, el ritmo de venta inmobiliaria se concentra en los superdesarrollos de las últimas modas del urbanismo.
Todos los destinos internacionales caídos después de la crisis han recuperado gran parte de sus visitantes argentinos. Los centros preferidos del fashionismo local están llenos de las mismas personas que compran autos, inmuebles y que viajan.
A este segmento de la sociedad le va bien, quizás mejor que nunca. Pero este mismo segmento no soporta a Kirchner. En privado, cuando la confianza de los que los rodean les permite presumir que no serán desenmascarados, hablan pestes de él y de su mujer. Fue el segmento social que votó contra Cristina el 28 de octubre. Aprovechan la volada de uno de los sistemas más regresivos que el país haya conocido y disfrutan el mientras tanto, pero la mismísimas personas del matrimonio presidencial les causa escozor. Otros llevan el cinismo a un estadio superior e incluso votan por Kirchner después de haberlo defenestrado en la mesa de café.
En el otro extremo, millones de pobres empiezan a ver como papelitos de colores cada vez más volátiles pasan rápidamente por sus bolsillos. Tal vez sean más que antes, pero duran menos y se pueden hacer menos cosas con ellos. Sin embargo, como encandilados por la cantidad, aman a Kirchner y creen ver en él –y seguramente también en Cristina- a un restaurador de la justicia social. No advierten el espiral que gira alrededor de ellos hacia la repetición de los traumas del pasado. Han hecho un pacto silencioso: mientras puedan tirar está todo bien.
Luis, digamos que la cosa es así, como diría Luca Prodan:
ReplyDelete"No sé lo que quiero, pero lo quiero ya"