Mario Vargas Llosa está convencido de que la verdadera novedad en el escenario político norteamericano la constituye Barack Obama. Lamento disentir, lean las propuestas, el muchacho es más de lo mismo. Pero sí estoy de acuerdo que se trata de una especie de Kennedy negro, puro bla bla:
Pasé varias horas pegado a la televisión, siguiendo las elecciones primarias en Iowa y New Hampshire para designar los candidatos demócrata y republicano a la presidencia de Estados Unidos, y estoy convencido -como dije en un artículo anterior- de que, con prescindencia del desenlace, el fenómeno central de este proceso, que culminará en noviembre, es la presencia en él del senador Barack Obama, que ha trastornado de pies a cabeza el statu quo político estadounidense.
A diferencia de lo que ocurre en Francia o en América latina, las revoluciones en Estados Unidos son pacíficas, no se hacen en las barricadas sino en las urnas y no con bombas ni balas sino con votos y palabras (bueno, a menudo eslóganes). Dentro de las coordenadas políticas de Estados Unidos, Barack Obama ha levantado, en un momento difícil de incertidumbre económica y de divisiones y encono político internos, y de desafecto externo hacia el país debido a la guerra de Irak, un movimiento de gran entusiasmo y esperanza, sobre todo entre electores independientes y los jóvenes, en el que, curiosamente, hay reminiscencias mezcladas de lo que fue la movilización a favor de los derechos humanos y de la integración racial que encabezó Martin Luther King y el impacto que causó en la vida política la irrupción de John Kennedy y su mensaje de reformismo idealista.
Lo bueno seria que se pase varias horas pegado a la television y entienda de que trata.
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