El presidente de la Comisión Nacional de Energía Atómica admite que el vicepresidente de ese organismo se robó 6 millones de pesos, un poco menos de 2 millones de pesos convertibles.
Lo más sorprendente no es que pasen estas cosas sino el grado de desfachatez. Antes se suponía que un funcionario o político corrupto por lo menos debía guardar cierto decoro y disimular un poco.
Yo vuelvo con lo mismo. Las oportunidades de corrupción aumentan en proporción directa al poder discrecional de los funcionarios. Con la instauración de un sistema dirigista como el actual, en el que un funcionario controla desde el precio de la tira de aspirinas hasta las inversiones en petróleo, pasando por la cotización del dólar, las tasas de interés y el comercio exterior, las oportunidades se multiplican exponencialmente.
Gran parte de la opinión pública, incluidos destacados analistas, hace un esfuerzo conciente para evadirse de la realidad y dejar de ver estas cosas. Alternativamente, cuando no les queda más remedio que aceptarla, sostienen que la corrupción progresista es preferible a la honestidad neoliberal.
Si hubiera pasado durante el gobierno de Menem, tenemos para varios meses de programas de investigación en televisión y por lo menos cinco libros.
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