La “preocupación ambientalista” argenta es sinceramente para alquilar balcones. Por lo menos los fundamentalistas ambientales de estas latitudes lo son la mayor parte del tiempo.
Cualquiera que alguna vez haya visitado Argentina sabe de la tendencia natural de sus habitantes a utilizar las calles de las ciudades como basurero. Desde el empresario de éxito que abre la ventanilla de su Audi de 70 mil dólares para tirar la colilla de su cigarrillo o el pañuelo de papel con el que se acaba de sonar la nariz, hasta las decenas de miles de personas que, como salidas de una novela de Dickens, se ganan la vida revolviendo y desparramando la basura, pasando por los sofisticadísimos y extremadamente vanguardistas habitantes de ciudades como Buenos Aires que sacan a sus mascotas a hacer sus necesidades en las veredas.
Y no, no se confundan, la idea romántica de que se trata de un fenómeno netamente urbano o limitado a la ciudad de Buenos Aires es absolutamente falsa. En las ciudades del interior, considerablemente más pobres, es peor.
Millones de argentinos literalmente se cagan en el país. Ustedes me disculparán, pero yo creo que los que no lo hacen son una minoría.
Pero, eso sí, si se trata de violar la ley y arruinarle la vida a los demás, son capaces de dejar de trabajar un mes para organizar cortes de ruta por las pasteras de Gualeguaychú y el alud de Tartagal.
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