Mar 17, 2009

El modelo Pobres pero Dignos: la tecnología


Por acá venimos hablando de los autos, Pero también podríamos hablar de la electrónica/tecnología. O los medios de comunicación.

En realidad, más allá de episodios muy esporádicos de su historia – como a fines del siglo XIX - principios del XX y durante los Malditos 90 – la Argentina siente un profundo rechazo por todo lo que sea progreso y modernidad. En Argentina sigue habiendo millones de personas que no entienden que una mayor calidad de vida pasa necesariamente por el acceso a productos cada vez mejores y más baratos.

Por lo menos en el discurso, el consenso parece ser que el individuo debe sacrificarse por el supuesto bien del país.

Desde que tengo uso de razón en Argentina se prefirió limitar el acceso a la tecnología para privilegiar una supuesta industrialización local. La idea era, y sigue siendo, convertir en prohibitivos a los productos electrónicos y de tecnología en general importados mediante impuestos exorbitantes para incentivar su producción local.

Como ocurre siempre que se pone en práctica estas políticas, nos quedamos sin el pan y sin la torta. Después de 50 años de vigencia del “modelo”, el resultado no fue otro que un país cada día más pobre y atrasado que produce productos caros y obsoletos en escala de almacén de barrio.

El resultado es un país en el que las cámaras de fotos, los relojes digitales, los videojuegos, los televisores, los equipos de música, las computadoras, los walkman y las videocaseteras, cuando existían, eran artículos de lujo solo accesibles a una pequeña franja de la población. Un país en el que productos como la televisión a color y los microondas llegaron 30 años después que en el resto del mundo.

Un país de personas obsesionadas por los bienes de consumo tecnológicos, obligados a pagar tres o cuatro veces el precio internacional para acceder a productos obsoletos en el resto del mundo.

Hasta la década del 80, los únicos argentinos que tenían acceso a “tecnología de punta”, como equipos de música con doble casetera, hornos a microondas o relojes con calculadora, eran los que vivían en las provincias fronterizas a Paraguay y el 10% de la población que se podía dar el lujo de viajar a Europa o EEUU. Para millones de argentinos, Asunción y Puerto Stroessner eran Miami. Los argentinos organizaban tours de compra a Paraguay, la meca tecnológica de la región.

En los Gloriosos 80s, mi viejo tenía un compañero de trabajo misionero. Este señor tenía un horno a microondas que se había comprado en Puerto Stroessner. Me acuerdo que nos invitó a su casa para verlo y se pasó media hora haciendo una demostración ante un público embobado. Fue la primera vez que vi uno de estos aparatos en vivo y en directo en Argentina. Segunda mitad de la década del 80.

¿Por qué? Porque, nos explicaban, había que proteger la Industria Nacional. En pocos años, el centro industrial tecnológico de Ushuaia iba a inundar el país y el mundo con productos de última generación a precios ultra competitivos. El sacrificio valía la pena.

No sé si alguien se acuerda todavía, pero millones de argentinos tuvieron que esperar hasta los primeros años de la década del 90 para reemplazar las heladeras, lavarropas, aspiradoras, televisores y equipos de música de fines de los 70, o para acceder por primera vez a productos ultra sofisticados como microondas o videocaseteras.

Ni hablar de la tecnología asociada a sectores como la producción o la medicina. El tema da para otro post. Hasta los primeros años de los 90, una computadora era algo que sólo existía en las películas de ciencia ficción y se seguían utilizando las máquinas de rayos X de fines de los 70.

Yo insisto, en el fondo a los argentinos les gusta vivir así.

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