Una de los atractivos de vivir en Harare era la posibilidad de observar en su hábitat natural a los animales salvajes a los que, normalmente, vemos solamente en los zoológicos o en la tele. En muchas ocasiones, se planteaba un problema cuando algunos animales entendían que su hábitat incluía el jardín de tu casa, o el living o los dormitorios.
Por ejemplo, un médico compatriota que trabajaba en el Hospital del Hwange National Park, (pronúnciese Güangui, National Park ya lo saben pronunciar) me había contado que era habitual que el jardín de su casa, situada dentro del Parque, sirviera de lugar de tránsito de diversos antílopes, ñúes y cebras y víboras diversas, como las cobras egipcias. (No le dije nada, pero, como era cordobés, pensé que exageraba porque no creía que las cobras viniesen desde Egipto que está a miles de kilómetros, debían ser de ahí nomás).
Un día de verano observó una víbora distinta de las que había visto hasta entonces. Era más gruesa que las cobras y parecía querendona porque empezó a seguirlo. Ahí se avivó que era la conocida como Patfada (nombre derivado de la pronunciación inglesa de la palabra zimbabwana Pathfinder) y que se caracteriza porque no huye al sentir a un humano sino que lo sigue para atacarlo.
Como es muy venenosa, y muy insistidora, si se encuentran con una Patfada NO HUYAN sino que córtenle la cabeza con una piedra o aplástensela con un machete (no me acuerdo el orden), pero asegúrense de matarla, nada de medias tintas que es rencorosa. Cuando estén seguros de que esté muerta, entierren la cabeza de la víbora, no por respeto, sino para evitar que alguien la pise porque el veneno en los colmillos dura muchos días. Reitero que se aseguren de que esté muerta porque las víboras, como los humanos, se enculan si uno las quiere enterrar vivas.
Él me recomendó mantener siempre bien cortito el pasto del jardín para poder ver las víboras y no pisarlas ya que tienden a molestarse cuando se las pisa y reaccionan mal, como las gordas con juanetes cuando las pisan en el bondi, pero a diferencia de las gordas no gritan sino que te muerden. (Si algún lector fue mordido por una gorda, puede desmentirme compartiendo su relato en este espacio).
Dado que esta intolerancia de las víboras a ser pisadas coincidía con mi intolerancia a ser mordido por una de ellas, el jardín de mi casa parecía la cabeza de un colimba recién incorporado. El método fue tan eficaz que nunca pisé ninguna víbora en el jardín (ni en ninguna otra parte), aunque quizás ayudase el hecho de que la casa estuviera rodeada de un muro de cemento de tres metros de altura y estaba situada en un barrio residencial en Harare.
El caso es que, ya escamado por lo de las víboras (¿notaron la sutileza?), cuando me enteré que a pocos kilómetros de Harare había un Snake’s Garden me quedé más tranquilo al pensar que seguramente ahí estarían todas las víboras que no había en mi jardín.
En la misma ruta hay un Bird’s Garden y el Lion & Cheetah Park, lugares ellos donde, como ya habrán adivinado los que leyeron Tarzán, encontrarán pájaros, leones y chitas, aunque no siempre en ese orden, y tampoco mezclados porque tienden a comerse unos a otros. Me expresé mal. Aclaración necesaria: los leones se comen a los pájaros y a los chitas; los chitas a los pájaros, y los pájaros no se comen a ninguno de los otros a menos de que estén muertos, lo que claramente muestra que los pájaros no son ningunos giles.
Con mi mujer, mi hijo, mi cuñada y un amigo y su hija (amigo mío e hija suya, no de mi cuñada) iniciamos nuestro primer contacto con los animales salvajes en África visitando el Lion & Cheeta Park, el Snake’s Garden y el otro, el de los pájaros.
El L & C es un parque relativamente pequeño, tipo el de Cuttini en Gral. Rodríguez, rodeado de fuertes alambradas de más de 7 metros de altura. Está dividido en dos sectores: el primero tiene amplios espacios alambrados para los cheetas, varias jaulas grandes con monos y un gran cubil para leones donde suele estar un macho con las hembras en celo.
Entre sus principales atracciones, el parque cuenta con una tortuga gigante de más de 300 años de edad que deambula libremente por los jardines para alegría de los turistas que tratan de subírsele encima, con fines fotográficos supongo. El quelónido gigante impresiona bastante por su silencio y por la velocidad con la que se desplaza. No, no es que vaya rápido, va tan despacio que aburre verla, pero impresiona que aún se mueva con ese tamaño y con la edad que tiene. Me imagino que la dejan suelta porque no es agresiva (hay tortugas agresivas) y, total, muy lejos no se va a ir.
Los cheetas son muy bonitos, delgados pero atléticos, pero tienen un defecto: salvo cuando están echados, no paran de caminar lo que puede hacer que las fotos salgan movidas. En ese lugar no tienen espacio para correr a lo loco, pero caminan todo el tiempo cerca de la alambrada mirando a los turistas.
Mi hijo tenía siete años y un cheeta no le quitaba la vista de encima, cosa que empezó a inquietarlo (a mi hijo). Me preguntó por qué lo miraba el cheeta y yo le dije que era porque él era argentino y el cheeta lo estaba admirando como nos pasa en todas partes del mundo. Mi hijo aceptó esta respuesta con la inocencia propia de su edad. No le iba a explicar que me temía que el cheeta lo veía como una presa fácil y de un tamaño aceptable para ser comido.
De pronto, nos sobresaltó un gran ruido parecido al del rugido del león de la Metro, pero mucho más profundo y sonoro. Era un rugido nomás y puedo asegurar que oírlo, aún a plena luz del día y en un zoológico, es intimidante. Cuando lo escuchás de noche en el medio del bush, deja de ser intimidante para pasar a ser laxante.
El león macho se la pasa bomba, apoliya casi todo el tiempo y las leonas son las que hacen todo el laburo pesado de cazar, parir y criar los hijos (cualquier parecido con su marido, señora, quedará borrado un par de líneas más abajo). Cada tanto está obligado a pegar un rugido para indicar que está vivo, pero cuando la hembra entra en celo, el león se gana su sustento cubriéndola diariamente hasta 25 veces. (Ud., querida amiga, por la décima parte de esa cifra llevaría a su marido al trabajo a upa ¿ no?)
Continúa en siguiente post.
Muy bueno, Don Enmasca, como siempre. Lo del rugido de los leones (e imagino que el de otras bestias salvajes, con perdón de lo presente), debe ser algo medio genético - evolutivo.
ReplyDeleteLa casa de mis abuelos paternos estaba a unas cuadras del pequeño zoológico de la ciudad. Cuando me quedaba a dormir, durante el verano, algunas noches se escuchaba el rugido de los leones. A pesar de saber que estaban dentro de una jaula y que las posibilidades de que se escapen eran casi inexistentes, el escalofrío por todo el cuerpo se hace presente lo mismo.
Tengo que contarles sobre la vez que se escapó uno y entró a una farmacia frente al parque.
Es gracioso como la gente se compra gansadas como "a los animales si no los molestas no te van a hacer nada". Hay ocho mil quinientos bichos que te van a correr porque sì, desde avispas a leones. Viboras bravas asi hay unas cuantas. Y no hay nada que te haga sentir màs pelotudo que que te corra una vibora (generalmente te sentis como un pelotudo recién cuando se te pasò el cagazo).
ReplyDeleteLouis, me imagino al farmacéutico batiendo todos los records de velcidad al salir carpiendo.
ReplyDeleteMax: coincido totalmente. Hay un montón de ocasiones en que la presencia humana es la que provoca el ataque aunque no "hayas hecho nada". Ahora, también es cierto que si encima molestás a los bichos estás rejodido.
Muy bueno.
ReplyDeleteOtra que las yararás de Entre Ríos.