Ninguna sociedad está exenta de equivocarse. Pero la argentina, como tantas otras, siempre se equivoca para el mismo lado. Yo le digo socialismo nacionalista. Pero en realidad es estatismo dirigista prebendario (fascismo) en lo económico y populismo clientelista en lo político, con un fuerte condimento de berretismo latinoamericano.
Cada tantos años, los argentinos vuelven a las fuentes y redescubren las bondades de las mismas políticas que dejaron un tendal de miseria y sufrimiento cada vez que fueron puestas en práctica. Con un entusiasmo increíble, arman todo tipo de justificativos para demostrar que esta vez seguro que va a salir bien.
Los argentinos convivieron con el flagelo de la inflación hasta los primeros años de la década del 90. El problema era tan grave, que para solucionarlo la corporación política no tuvo más remedio que aceptar convalidar por ley lo que la gente ya había hecho hace décadas - el reemplazo de la moneda local por el dólar – renunciando a regañadientes a ese impuesto para financiarse.
Una vez más, de vuelta a las andadas. Con un entusiasmo envidiable. Como si no hubiera pasado nada. Millones de argentinos viven la vida como si acabaran de desembarcar del vuelo Zurich – Buenos Aires de Swissair.
Pensé que con décadas de inflación crónica y dos hiperinflaciones bajo el poncho habían aprendido la lección. Ni de casualidad.
Puede ser, pero todo esto lo compensa la inflación de la dignidad.
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