Lo decía Fernando Iglesias en su columna del otro día:
Ocho años después, el resultado de esta apuesta se hace evidente en los suburbios de las grandes ciudades en las que el modelo jurásico-industrialista se ha aplicado: contaminación ambiental, salarios de hambre, desocupación juvenil y trabajo en negro; un urbanismo de apartheid expresado en el crecimiento de villas y barrios cerrados; auge de la droga, la inseguridad, las patotas y las policías bravas. Y, sobre todo, ampliación de la gran fábrica de pobres y de ciudadanos desprotegidos, marginados y dependientes de favores clientelistas que son la base electoral de este gobierno.
Hoy Llach sigue con el tema:
La política económica de impacto poblacional de esta década tiene la virtud de mostrar, invirtiéndola, lo que debería hacerse para revertir las tendencias descriptas. Descentralizar recursos hacia provincias y municipios, eliminar gradualmente los impuestos que castigan a la producción, utilizar los dineros así disponibles para mejorar sustancialmente la calidad de la educación, la salud y la nutrición en las provincias y apostar, de este modo, a un perfil productivo propio del siglo XXI, centrado en el acceso a la sociedad del conocimiento.
Sería muy interesante entender por qué tantos argentinos se sienten tan cómodos en ese tipo de país.
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