Picasso y Jacqueline Roque en los toros |
El justo combate entre la inteligencia humana y la sagacidad de las fieras parecía extrañamente leal comparado con las emboscadas de los hombres. Siendo emperador, mis cacerías en Toscana me sirvieron para juzgar el valor o las aptitudes de los altos funcionarios; allí eliminé o elegí a más de un estadista. Después, en Bitinia y en Capadocia, convertí las grandes batidas en pretexto para fiestas-triunfo otoñal en los bosques del Asia. Pero el compañero de mis últimas cacerías murió joven, y mi gusto por esos violentos placeres disminuyó mucho después de su partida. Pero aun aquí, en Tíbur, el súbito resoplar de un ciervo entre el follaje basta para que se agite en mi un instinto más antiguo que todos los demás, gracias al cual me siento tanto onza como emperador. ¿Quién sabe? Si he ahorrado mucha sangre humana, quizá sea porque derramé la de tantas fieras, que a veces, secretamente, prefería a los hombres.
Memorias de Adriano - Marguerite YourcenarHubo un tiempo en que me pasaba las tardes de los fines de semana mirando corridas de toros en la tele. He visto varias de una oreja, pocas faenas excepcionales de dos, y nunca una épica de dos orejas y el rabo, aunque sí vi una que terminó en indulto al toro.
Me apena mucho que España vaya perdiendo este arte estilizado y sangriento, bellísimo y bestial.
Son los separtistas que lo ven como una expresión de España y por eso lo prohiben con excusas del maltrato animal. Pero siguen con sus fiestas en donde hacen barbaridades como prenderle fuego a un toro, etc. (Los correbouses catalanes, por ejemplo.)
ReplyDeleteDon Freeman.