o del comunismo a la social-democracia.
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by Don Freeman, marxista de la tendencia Groucho. |
Pertenezco a una generación de revolucionarios, es decir, de psicópatas decididos a acelerar la historia atendiendo a normas –espirituales o seudocientíficas, que de todo ha habido– dictadas por un dios interior ansioso, severo y energuménico.
Mi primera juventud pasó entre los setenta y los setenta. La fiebre revolucionaria empezó a amainar alrededor de 1980 y se hundió definitivamente en 1989. Con excepciones, nos adaptamos a la antaño despreciada democracia formal, cuyas virtudes fuimos descubriendo no sin asombro. O sea, dejamos de ser de izquierdas. Todos, sin excepción, hasta los que siguen jurando ser muy de izquierdas sin darse cuenta de que están a la derecha de la derecha, en la reacción pura y dura.
No estaría mal si hubiésemos tenido cierta preparación. Pero no la teníamos. No fuimos educados en los hábitos de la democracia. Quien más, quien menos, en España, en Portugal, en Iberoamérica, nacimos o crecimos en dictaduras de las largas. Mejor no indagar aquí acerca de la preparación democrática de alemanes, italianos o griegos...
Y la cuestión no me parece baladí porque en el día a día voy viendo que hemos cambiado la locura por la estupidez.
Hay casos, pero no es tan común dejar de ser de colectivista. No pasa por la ideología sino por una aversión extrema al riesgo.
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