De Nano desde Bariloche

Espero que tenga razón:

Ayer, metido en una multitud barilochense por primera vez y experimentando algo nuevo como suelo hacer seguido, el único miedo real que tengo, ese de que Argentina se convierta en la destruida y asfixiante Londres de la novela 1984, se me fue un poco.

Hace un tiempo no muy lejano debatía entre amigos la noción esta de que “la clase media” sólo sale a protestar cuando le tocan el bolsillo. Y cuán real era. Pero también cuán incompleta.

La “gente común” vive sus vidas desconectado del mundo político, de las chicanas, los arreglos debajo de la mesa, de las negociaciones, de la demagogia y el populismo. La gente común trabaja, educa a sus hijos, ve películas, consume bienes, come asaditos, lee libros, se va de vacaciones, hace planes, paga cuentas e impuestos, come afuera, arregla problemas, financia su vida, piensa, filosofa sobre la vida y la muerte, se ríe, llora, termina relaciones, comienza otras, etc. Se desconecta de la política y directamente “vive”. Sólo se interesa en ella cuando el deber cívico la llama.

La “gente común” tiene un buffer que soporta estoicamente las incongruencias morales de la política; teóricamente ésta la representa, a pesar de que en un gran porcentaje el mundo político es diametralmente opuesto a su forma de vida. Cuando ese buffer se desborda (perdón acá mi nerdismo tecnológico) porque las incongruencias entre los valores morales de la gente de a pie y los modismos y forma de actuar de los políticos son ya demasiadas, ya no hay nada que equilibre la balanza y la “clase media” dice “hey, basta”.

Eso pasó ayer. El buffer no dio más y la gente se distrajo momentáneamente de su vida (con los costos que eso conlleva) y se dijo “voy a advertirles a mis EMPLEADOS de la política que se están pasando de vivos y que si siguen con sus comportamientos amorales y criminales los vamos a echar, y con causa”.

Buenísimo. Aplaudible. Esperanzador.