No hay que imaginar con ingenuidad que advirtiendo o acusando a los argentos de ser esclavos vamos a ayudar a rebelarlos contra sus Amos. Por lo menos es de sospechar que no es tarea fácil y habrá que acotar las esperanzas: la posición de esclavo suele tener beneficios –cierta estabilidad, sentido de pertenencia, ausencia de riesgo y de ese “molesto” ejercicio de la propia voluntad y creatividad que se le exige al hombre libre- y hace ya demasiadas décadas que en esta sociedad, algunos por necesidad y otros por convicción, sus habitantes eligieron para sus vidas ese miserable conformismo.
La perversa habilidad de las dirigencias (una mesiánica conjunción de corruptos poderes políticos y económicos que tiene al peronismo como su máximo aval) fue administrar las dosis justas de frío/calor para que la rana nunca saltara. Logró incluso que algunos añoren ahora cuando el agua todavía estaba agradablemente tibia, sin percatarse que el fuego de la barbarie es siempre el mismo y que no se extingue y que la única salvación es (¿o era?) liberarse de esa olla y lanzarse a nadar en el río de la civilización.
No hay que imaginar con ingenuidad que advirtiendo o acusando a los argentos de ser esclavos vamos a ayudar a rebelarlos contra sus Amos. Por lo menos es de sospechar que no es tarea fácil y habrá que acotar las esperanzas: la posición de esclavo suele tener beneficios –cierta estabilidad, sentido de pertenencia, ausencia de riesgo y de ese “molesto” ejercicio de la propia voluntad y creatividad que se le exige al hombre libre- y hace ya demasiadas décadas que en esta sociedad, algunos por necesidad y otros por convicción, sus habitantes eligieron para sus vidas ese miserable conformismo.
ReplyDeleteLa perversa habilidad de las dirigencias (una mesiánica conjunción de corruptos poderes políticos y económicos que tiene al peronismo como su máximo aval) fue administrar las dosis justas de frío/calor para que la rana nunca saltara. Logró incluso que algunos añoren ahora cuando el agua todavía estaba agradablemente tibia, sin percatarse que el fuego de la barbarie es siempre el mismo y que no se extingue y que la única salvación es (¿o era?) liberarse de esa olla y lanzarse a nadar en el río de la civilización.