Ideólogos haciendo cola
Por Marcos Gallacher
Profesor UCEMA
Estoy parado en una larga cola para realizar un trámite ante el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Son recién las ocho de la mañana; sin embargo, la cola ya rodea dos cuadras de una manzana. La señora que me precede observa cómo dos jubilados avanzan preguntando –en voz baja– si alguien quiere comprar un lugar en los primeros lugares.
Costo del servicio: $20. El precio no parece excesivo, considerando que para conseguir dichos lugares los viejitos tuvieron que madrugar. Tal vez llegaron allí antes de las cuatro de la mañana.
La señora se enoja, cuestionando en forma vehemente la moralidad de la oferta que se está haciendo. Me dice "¡Qué vergüenza!". "Siempre hay un vivo". "Deberían venir los inspectores".
A la señora no se le ocurre criticar a las autoridades del Gobierno de la Ciudad por se responsables del desastroso sistema de atención al público. Esta ineficiencia en la provisión de servicios elementales es tomada como algo "normal". Asimismo, tampoco toma en cuenta que muchos asistentes a la cola son cadetes o empleados, cuya función es, efectivamente, permitir sustituir tiempo caro (el de sus empleadores) por tiempo más barato (el del cadete o empleado en cuestión). No se le ocurre pensar que el jubilado que vende un lugar en la cola por $20 está permitiendo que alguien de ingresos modestos pueda ahorrar tiempo –sin pagar demasiado por ello– de la misma forma que ahorra tiempo el empresario o personal jerárquico de una empresa que tiene a su disposición cadetes o empleados para sus trámites. Los dos jubilados que ofrecen lugares en la cola son, en efecto, "empleados transitorios" a cuyos servicios pueden acceder muchos de los que en esa mañana esperan impacientes que les llegue el turno.
La señora que critica a los viejitos parece tener una posición económica y social relativamente acomodada: cuando le pregunto qué trámite viene a hacer, me contesta que tiene que dar de alta un cuatriciclo que piensa usar su marido en los médanos de Pinamar.
El caso que relato sirve, a mi juicio, para centrar la atención en un problema importante. Me refiero a la interpretación que el ciudadano común hace de eventos que lo rodean. De esta interpretación depende el comportamiento día a día de este ciudadano y, por supuesto, sus decisiones como elector. ¿Por qué mi compañera de espera centra su atención en dos oportunistas que quieren ganarse unos pesos, ignorando la tremenda falla –e ineficiencia – que implica una cola de dos cuadras? ¿Por qué no vislumbra cierta eficiencia en la posibilidad de "comprar" un lugar más adelantado en la cola?
Douglass North presta atención a este tipo de problemas. En su obra Structure and Change in EconomicHistory expresa que el cambio económico ocurre no sólo por cambio de precios relativos sino también por "cambios en ideologías que llevan a los individuos y a los grupos a tener puntos de vista contrastantes sobre la equidad de la situación a la cual están sujetos" (Pág. 58, traducción propia). La ideología –considerada como un sistema de creencia no sujeto a cuestionamiento crítico– tiene entonces importantes consecuencias sobre la forma en la que el individuo percibe el mundo que lo rodea.
La problemática de la "ideología" resulta hoy especialmente importante: al respecto, un artículo de Andrés Oppenheimer publicado recientemente en La Nación informa que la Argentina es el país latinoamericano con mayor rechazo al funcionamiento del mercado y el sistema de empresa. El continente latinoamericano es, a su vez, mucho menos pro-mercado que el resto del mundo.
Los "anteojos ideológicos" a través de los cuales el ciudadano interpreta la realidad tienen mucho que ver con esto. No resulta fácil saber de qué depende el color de estos anteojos. Podemos, sin embargo, aventurar una opinión: en Argentina los dirigentes no han ayudado al ciudadano común a comprender las profundas implicancias del funcionamiento de un sistema descentralizado de precios. Un ejemplo reciente de la falla de dirigentes –en este caso, de dirigentes empresarios– como guías para la opinión pública es la facilidad –y aún obsecuencia – con que han aceptado "acuerdos de precios", cuando cualquier análisis sugiere que los mismos serán, en el mejor de los casos, irrelevantes.
La señora ama al gran hermano.
ReplyDeletePara la señora está bien que todos tengamos que sufrir el mismo calvario.
Por supuesto que no todos.
Porque si la señora tuviera el hijo de la cuñada de la vecina de un compañerito de la primaria trabajando en la oficina, no dudaría en saltarse la cola y entrar por la puerta trasera, o arreglar todo en una mesita del bar de enfrente.
Así somos.
La vieja descerebrada esa es el típico ejemplo de lo que yo llamo "vecinos unidos contra el progreso".
ReplyDeleteMe recuerda el caso de los vecinos que se oponían a la construcción del Malba porque la estructura excedía en dos metros la altura permitida por el Código de Planificación.
¡Estaban dispuestos a privarse de un museo importantísimo por dos metros de más!
En otro caso, vecinos de Palermo se oponían a que la Universidad Di Tella recicle un edificio abandonado de Obras Sanitarias para hacer una facultad, porque decían que la presencia de estudiantes iba a alterar la tranquilidad del entorno... (es decir que los estudiantes alteraban el entorno, pero las ratas no).
¡Así somos de imbéciles los argentinos!
Buen post Guillermo. Me hiciste acordar a lo que describe Eco como la "estructura del mal gusto" en la comunicación de masas.
ReplyDeleteDiego, hace unos meses escribía esto, muy relacionado con lo que dices en tu comentario.
ReplyDelete