El punto de vista de Daniel Naszewski.
Yo de todos modos no noto demasiada preocupación por el tema. Es como si los argentinos se hicieran muy rápidamente a la idea de hacer las cosas cada vez peor si de esa manera satisfacen sus necesidades emocionales:
Lo que viene ahora en la Argentina, amigos y no tan amigos, es alta inflación, esto es una puja distributiva que se montará sobre la inflación de demanda reprimida en estos años, para llevarnos (en un país sin clima de negocios y sin inversiones productivas suficientes) a una situación en que el BCRA convalidará como mínimo la inflación, y quizá llegue más lejos y termine promoviendo más inflación intentando hacer políticas activas, ignorando a la famosa ecuación Micawber, la magia y la ley de gravedad. Lo que viene, también, es que todas las miradas se centrarán en el superávit comercial de unos 15 o 16 mil millones de dólares proyectados para 2010, para saber si entran o salen, si se quedan, o si un cambio en la demanda de dinero lleva a una nueva salida de capitales, pesos por dólares. Algunas versiones ya anticipan que está volviendo la fuga de capitales. Demás está decir que la alta inflación no es posible de administrar, ni de contener, sólo se la puede seguir, o perseguir, y tratar de no echarle más nafta al fuego, aunque la experiencia argentina no es de lo mejor en el pasado, pese a que varios ministros de economía (desde Lavagna hasta Cavallo, pasando por Juan Sourrouille) tuvieron éxitos más o menos extensos en domesticar a la inflación, que siempre revivió por esa costumbre argentina de creer que podemos inventar nuevas fórmulas mágicas para encontrar un atajo hacia una felicidad gratis de nuestros pueblos.
Y mientras esto ocurre en la Argentina, en nuestros dos países vecinos, Chile y Uruguay, dos señores llamados cariñosamente Pepe, uno que viene de la derecha y otro que viene de la izquierda, asumirán en los próximos meses y harán lo que hacen los países serios, lo que hacen 9 de cada 10 líderes mundiales, es decir, enviarán señales para generar un auténtico clima de negocios, sin miedo a que los empresarios ganen plata, todo lo contrario, respetando lo que hicieran los anteriores presidentes constitucionales, sin tirar todo por la borda, creerse mesiánicos y empezar de cero otra vez. Su política de Estado será seguir los pasos de los mandatarios anteriores. Y seducir inversores, la manera más genuina que se conoce por ahora para promover inversiones productivas, crecimiento, modernización, progreso.
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