En Uruguay, existen partidos políticos opositores, medios de prensa que no endiosan a los tupamaros e instituciones educativas independientes.
En Brasil, un ex izquierdista como Cardoso lideró el cambio.
En Chile, todavía hay voces disidentes, y la izquierda no tiene el nivel de agresividad e irracionalidad de nuestro país.
En Argentina, desde la infancia se inculca izquierdismo como un catecismo laico: Paka Paka para los niños, un marxista como José Nun para el ciclo secundario, y abundante marxismo en las facultades de carreras "humanistas". Por supuesto, un marxismo de gente que no ha leído a Marx, pero igualmente dañina.
Nuestras leyes de educación y de medios son totalitarias. Si algún candidato centrista ganara las elecciones, de todos modos la "cultura" -es decir, el Ministerio de Educación, las universidades públicas, el cine financiado por el Estado y los canales de TV estatales, paraestatales y Telesur- quedarán en manos de la izquierda más retrógrada, o de quienes no se atreven a confrontar con ella en el campo de las ideas. Aunque no se lo confiese, hay mucho miedo.
Y los empresarios, en gran parte, piensan que todo se soluciona con un "buen" ministro de economía, dejando que la zurda prosiga su lavado colectivo de cerebros.
Los Kirchner y sus aliados han dejado un campo minado -no sólo en la economía, eso es lo de menos- en la cultura y en las instituciones del país.
A todo esto, los liberales argentinos son "autorreferenciales" y su purismo los lleva a la insignificancia política. Mientras Caparrós y Anguita -o antes de su muerte, Gorriarán Merlo- proclaman sin complejos su pasado terrorista, los liberales se atan las manos por temor a que se los confunda con "promilicos" o "menemistas". Tampoco se mezclan con la parte más potable del peronismo -que es el mal menor- y se conforman con darse mutuamente la razón en fundaciones liberales.
Julio
(Viene de acá)
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