Hace quince años, para sentir el tufo dulzón de la marihuana uno tenía que ir a una cancha de fútbol o pasar por lugares de mala muerte, siempre de noche. El fumar marihuana hacía al falopero en cuestión acreedor al título actualmente casi desaparecido de "drogadicto" y a miradas de recelo.
Hoy en día, gracias a una piara de wachiturros en edad adolescente que retoza en mi barrio (Belgrano), puedo llenar mis pulmones del olor a faaaaaaaaaso en la puerta de mi casa y a todas horas del día.
Y la experiencia ferroviaria argenta no es muy distinta, con colonias de precoces mangueritos de preescolar (y madres de mirada perdida que no deben llegar a los veinte años pero que andan con bebés en brazos) apostadas al lado de cada boletería e incluso de las expendedoras automáticas.
Cosa curiosa, los chicos son minoría entre los vendedores ambulantes del Mitre; se ve que en la red de subterráneos de Buenos Aires existe un mercado más propicio para nenitos babeantes y sin futuro que andan haciendo malabarismo, cantando lo que pueden o estirando la mano para que se las estreches así de paso te encajan una estampita.
Eso sí, de cada tres afiches publicitarios gigantes, uno tiene la jeta sonriente de una nena en edad escolar rodeada de dibujitos tiernos, con un cartel que dice "Asignación Universal por Hijo - Más chicos en la escuela, más chicos soñando", firmados por Presidencia de la Nación y esa misma ANSES que decidió que yo era demasiado pelotudo para manejar mis propios aportes jubilatorios.
Qué manera de triunfar, che.
Mayor Payne
(Viene de acá)
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